El nacimiento del firmamento

El nacimiento del firmamento

El mago se asomó por la ventana de la cabaña, ubicada en el centro mismo del bosque más profundo del reino. La noche caía sobre él, como un manto negro sin más luz que la de la luna llena.

«Debe de ser solitario estar allí arriba, sin nadie más con quien conversar», pensó, apoyándose en el alféizar.

De pronto, la luz que desprendía el fuego de la chimenea bailó en la cabaña, y varias chispas salieron despedidas, muriendo casi al instante. El mago observó el fenómeno desde lejos, hechizado por su belleza.

Y, entonces, supo lo que debía hacer. Se pasó los siguientes días trabajando sin descanso, utilizando toda la magia a su alcance hasta que, un mes después, obtuvo el resultado que buscaba. Esa noche, mientras la luna refulgía en la oscuridad del firmamento, el hechicero se arrastró hasta la ventana con un frasco de cristal entre las manos. Murmuró unas palabras y lo abrió.

De él surgieron miles de pequeños haces de luz que subieron hacia el cielo a toda velocidad. Este se tiñó de calor al instante. El mago sonrió. La luna nunca volvería a estar sola y sus criaturas, las stellas, o estrellas, brillarían por siempre para alumbrar el camino de la humanidad.